sábado, 18 de octubre de 2014

Crónicas cubanas II: La Habana Vieja


El día después de llegar a La Habana nos levantamos temprano (cosas del jet lag) y como buenos españoles fuimos a arrasar con el buffet del desayuno comimos como si no hubiera un mañana y salimos dispuestos a conocer el centro histórico de la ciudad. 

Tomamos un taxi en la puerta del hotel, y por cinco CUC nos llevó al centro siguiendo El Malecón. Hay mucha zona peatonal, así que no puedes decidir exactamente dónde ir, pero por suerte el centro es pequeño. Nos dejo cerca de la catedral, y a partir de allí empezamos a andar. 





Como catedrales ya hemos visto muchas en nuestros años centroeuropeos, e íbamos apurados de tiempo, decidimos no dedicarle demasiada atención. En vez de eso comenzamos a pasear por las calles peatonales del centro. Apenas habíamos andado unos metros cuando una chica se nos acercó y nos comentó, como quien no quería la cosa, que había un festival cerca y que había empezado unos minutos antes. Le dimos las gracias y seguimos andando, mientras nos seguía unos metros. Entonces no fuimos conscientes, pero como si de un milagro se tratase decenas de cubanos habían notado nuestra presencia extranjera y habían empezado a moverse con la única intención de exprimirnos cual limones. Durante nuestra estancia nos comentaron lo del festival al menos diez veces, en distintos sitios, a distintas horas, y siempre acababa de comenzar...

Fuimos primero a visitar el museo de la ciudad, y allí conocimos a otro espécimen curioso, los "coleccionistas de monedas". Un tipo vestido de guía esperaba en la puerta del museo y nos ofreció cambiar monedas locales por dinero extranjero, cosa que rechazamos evidentemente, y luego nos dijo que coleccionaba monedas del mundo, que le diéramos algunos euros. Curiosamente las monedas de céntimo no las quiso. 

El museo contiene un poco de todo. Como coches antiguos, 




muchas banderas,




armamento y material militar,




y retratos y esculturas de líderes revolucionarios como José Martí o Bolívar.



En el museo tuvimos otra experiencia curiosa. Una de las operarias se ofreció a hacernos una foto. Yo soy muy reacio a dejarle mi cámara a ningún desconocido, por si algún día tengo que salir a perseguirlo, pero en un museo me pareció seguro. Bien, pues la señora se dedicó a pasearnos por toda la sala haciéndonos fotos, diciéndonos que posáramos, como si fuera una fotógrafa de boda. Por un momento llegué a pensar que nos quería robar de verdad, ya que no para de moverse de un lado a otro. Por suerte, no era esa su intención. Simplemente se estaba ganando la propina que después nos pidió muy amablemente y que nos vimos obligados a darle. A partir de ahí vimos como casi todos los trabajadores de los museos nos pedían limosna o nos preguntaban si llevábamos jabón encima. Poco a poco me fui volviendo más serio y antipático con la gente, ya que es la única manera de que te dejen tranquilo un rato. 

Después del museo fuimos a visitar el Castillo de la Real Fuerza. Este es una fortaleza que construyeron los españoles en el siglo XVI, para defender la ciudad de ataques de piratas, corsarios y enemigos de España en general. En su interior conservan armamento histórico, 




monedas antiguas,




y réplicas de las naves españolas de la época.




El castillo tiene una torre de observación donde se colocó, en 1634, una estatua similar a La Giralda de Sevilla, conocida como la Giraldilla. Actualmente, se encuentra sólo una réplica porque la original la transportaron a un museo para evitar que se deteriore. Desde la torre hay una buena vista del otro lado de la ciudad.



Incluyendo el famoso Cristo de la Habana.




Siempre que viajo a un sitio con tanta historia me gusta dedicar algo de tiempo a imaginarme cómo era la vida antes. Impresiona pensar que construyeron una fortaleza porque en cualquier momento podían llegar una horda de piratas y matar a todos los habitantes de la isla. Tampoco creo que los españoles que colonizaron Cuba fueran unos angelitos, por lo que los habitantes tenían que estar siempre entre dos enemigos. Unos podían venir de fuera a matarlos, y los otros les obligaban a trabajar como esclavos para construir una fortaleza para evitarlo. 

Después de visitar la fortaleza fuimos a tomarnos algo, ya que estábamos sedientos, y visitamos el bar más popular de Cuba, la Bodeguita del Medio, famoso sobre todo porque Hemingway era aficionado al sitio. Allí había música en directo, y nos tomamos unos mojitos a 3$ cada uno (muy caro para La Habana). 




No comimos nada, pero el sitio realmente vale la pena visitarlo. Aunque sea muy turístico conserva el encanto.




Después de refrescarnos fuimos a visitar el Museo del Ron. La verdad es que no merece mucho la pena. Se aprenden cosas sobre la fabricación del ron, pero casi todo lo que hay son maquetas, y no dura mucho la visita. Ahí al menos la gente que trabajaba en el museo no fue especialmente pesada pidiendo propinas y demás. 

Después del Museo del Ron fuimos a darnos un paseo por el centro. Todo el centro es muy bonito, pero da bastante pena el estado de muchos edificios. En general ir a La Habana es hacer un viaje al pasado, como si todo lo hubieran congelado hace cincuenta años. Eso tiene mucho encanto, ciertamente, pero también es normal que a muchos habitantes no les guste. Mientras paseábamos por el centro se formó una tormenta tropical, y tuvimos que refugiarnos en un hotel mientras nos tomábamos un café. 


¡¡Nubarrones!!




Finalmente, fuimos a pasear por el Malecón, un paseo marítimo enorme que nos llevaba de la Habana Vieja al hotel. Allí paramos en un pequeño bar donde me pude tomar una cerveza Heineken por 1$, que es lo que ocurre cuando te alejas un poco de las zonas más turísticas. Durante el trayecto se pueden ver bastantes cosas interesantes, como estatuas, 




y sobre todo muchos cubanos pescando. Eso me recordó mucho a Cádiz (Normal, ya que La Habana es Cádiz con más negritos y Cádiz es La Habana con más salero). De ahí salió mi foto favorita de este viaje, foto que he titulado en un alarde de originalidad "El Malecón". 



De ahí fuimos al hotel a descansar y hasta el día siguiente. 

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